No parece fácil definir la ética. Podríamos perdernos entre las diferentes corrientes filosóficas. La ética deontológica tiene que ver con el deber y las normas morales. Pues aplicando esta cuestión al terreno de los implantes dentales, el asunto se resumiría en este principio fundamental: trata a tu paciente como tú te tratarías a ti mismo. Y basándonos en este principio tan simple, presentamos un caso de lo que un dentista no se haría a sí mismo (ni a su pareja, ni a sus hijos ni a sus padres) pero sí a su paciente.
En primer lugar, le dice que sus cuatro dientes anteriores inferiores tienen piorrea y han perdido hueso, por lo que deben extraerse para reemplazarlos con cuatro implantes. Pero la realidad es esta: no hay que quitar ningún diente porque no se ha perdido hueso, puesto que no hay piorrea. Pero suponiendo que hubiese que reemplazar esos cuatro dientes y ya que no se ha perdido hueso, bastaría con dos implantes en lugar de cuatro. Lo mismo sucede con el implante que se añadió en la parte superior derecha: al haber puesto fundas uniendo todos los dientes, se podría haber dejado esa funda sin el implante, como un puente normal.
Y si ahora este dentista enferma y necesita un médico, lo mínimo que pediría es que este médico le tratase como él se trataría a sí mismo. Pero ¿y si este médico es como el dentista? En tal caso podrían pasar muchas cosas y algunas darían escalofríos. La desconfianza está servida en el plato de la avaricia. Los implantes dentales han sido una gran revolución y el beneficio que supone para muchísimas personas es enorme, en términos de salud y bienestar. Pero este beneficio debe ser bien entendido: un beneficio para el paciente. Por lo que respecta al dentista, una manera digna y honesta de ganarse la vida. Jamás una actividad mercantilista basada en el engaño.
Antiguamente la población iba en busca de dentistas que no hicieran tanto daño. Hoy, mucha gente anda buscando un dentista que no le engañe.